
No es un gasto: es pertenecer
Siempre nos aconsejan que dejemos de comprar el café todos los días, que cocinemos más, que cancelemos esa suscripción que “no usas tanto”.
Pero lo que nunca dicen es qué estás dejando atrás al hacerlo.
Spoiler: no es solo un gasto.
Es pertenencia. Es conexión. Es identidad.
Y el precio de recortar todo puede ser más alto de lo que crees.
Aquí no te venimos a decir que gastes menos, es solo una invitación a que reflexiones en el porqué estás gastando, cómo evolucionan los gastos con la edad…
Porque sí: el gasto hormiga cambia con los años, pero el deseo de pertenecer es constante.
Pertenecer cuesta. Aunque no lo veas en la factura.
Cuando compras un café en la oficina, no estás comprando solo cafeína. Estás comprando un espacio en la conversación del equipo.
Cuando pagas tres plataformas de streaming, no estás pagando contenido. Estás pagando temas de conversación, memes compartidos, la posibilidad de no quedarte fuera.
Y cuando almuerzas fuera, aunque podrías llevar comida de casa, estás comprando 1 hora de validación social. Y no tiene nada de malo.
No es derroche. Es código de grupo. Lo que varía es cómo lo hacemos, y por qué, en cada etapa de la vida.
👶 Generación Z (15–25): gasto como identidad digital
Crecieron en un entorno donde lo virtual es real.
Para ellos, la pertenencia no se demuestra con grandes lujos, sino con pequeños gestos visibles: la marca de ropa que aparece en sus selfies, la skin del videojuego, el delivery, la suscripción “estética”, la disco el fin de semana.
Gastar no es un acto impulsivo: es una declaración de quién soy y a qué grupo perteneces.
Cortar ese gasto puede ser, simbólicamente, desaparecer de escena.
Esto tiene consecuencias emocionales: según un estudio de Ipsos Chile, 2 de cada 5 personas se sienten culpables al gastar en darse gustos, y el grupo más afectado por esa culpa son precisamente los adultos jóvenes. La tensión entre “ser parte” y “hacer lo correcto” es constante.
🧑 Millennials (25–40): gasto como ritual emocional
El millennial promedio vive bajo una tensión constante: quiere ahorrar, pero también quiere compensar.
Compensar la falta de tiempo, la sobrecarga laboral, la incertidumbre habitacional. Y muchas veces, el gasto diario se vuelve un pequeño acto de autocuidado que también es pertenencia; el famoso “para esto trabajo”.
- Un café premium para arrancar el día.
- El after office como “higiene emocional”.
- Una app de meditación que nunca abre, pero que al menos está ahí.
Gastar no siempre es irracional. A veces es una forma de sostenerse emocionalmente cuando no hay tiempo para otra cosa.
No estás mal por hacerlo. Pero puedes preguntarte: ¿cuánto me alivia y cuánto posterga?
Si estás en esta etapa de tu vida, puedes diseñar presupuestos con espacio para el disfrute, pero con intención, y asociar ciertos gastos a metas emocionales, no solo financieras (“esto me calma, pero ¿qué otra cosa también podría hacerlo?”).
Según la misma encuesta de Ipsos, más del 50% de los chilenos se sienten culpables al gastar en placeres personales. Pero la mayoría lo hace igualmente, ¿tu te sientes así? Y a nivel mundial, el Global Consumer Insights Survey de PwC reveló que el 96% de los consumidores planea reducir gastos, pero que las suscripciones, el entretenimiento y los productos que refuerzan identidad siguen resistiéndose a desaparecer. ¿Por qué? Porque son los que nos conectan con el mundo que habitamos.
👨🦳 Generación X y Baby Boomers (50+): gasto como continuidad
Aquí los gastos hormiga rara vez se llaman así. Son parte del paisaje: la revista física que llega todos los domingos, la lotería, la suscripción al diario, los pagos automáticos heredados de otra época.
Son gastos que mantienen una sensación de control, estabilidad y continuidad.
Y muchas veces, eliminarlos genera ansiedad: no solo se pierde el servicio, se pierde parte de la identidad.
Según PwC, son precisamente los Boomers y la Generación X quienes más preocupación financiera declaran hoy, incluso más que los jóvenes. Pero a la vez, son los que menos modifican ciertos hábitos: no por terquedad, sino porque ese gasto es una forma de decir “yo sigo estando aquí”.
Para estas generaciones, ahorrar puede sentirse como renunciar a algo ganado.
¿Y entonces? ¿Hay que dejar de gastar para pertenecer?
No. Hay que entender qué se está comprando realmente.
Cuando dejas de pagar por un delivery, no solo estás dejando de gastar. Estás renunciando a un ritual que quizás hace que tu semana sea más ligera.
Y eso está bien… si tienes claro qué lo reemplazará.
El error no es gastar. El error es gastar sin saber por qué o ahorrar sin saber qué pierdes.
Cada generación gasta distinto, pero todos buscamos lo mismo
Queremos ser parte. Ser vistos. Sentirnos seguros.
Y, a veces, un pequeño gasto sostiene todo eso.
La clave no está en eliminar los gastos hormiga a ciegas.
Está en descifrar qué parte de tu mundo estás comprando con ellos y si existe una forma más consciente —y sostenible— de pertenecer.
Porque el ahorro más inteligente no es el que te deja fuera, sino el que te incluye mejor.

Escrito por
Sofía Maruri
Creadora de experiencias que integran visión y rigor, fortaleciendo el camino hacia inversiones inteligentes.